FUNDAMENTOS PARA LA FAMILIA CRISTIANA 122 – Samuel Clark
PELIGRO DE INCENDIOS
Queridos Amigos:
En estos días en los Estados Unidos hay muchos incendios forestales que destruyen millones de hectáreas de bosques, casas y negocios y hasta vidas de personas. Además de las pérdidas inmediatas, y el tremendo gasto de dinero y personal para combatir los incendios, los bosques quedan con áreas enormes de puros troncos quemados de hermosos bosques que servían como los pulmones para los residentes locales y nuestro planeta. En vez de ver el verde agradable vemos kilómetro tras kilómetro de desolación, y cenizas contaminan el aire. Hay la apariencia de una cicatriz fea en las regiones afectadas. Afecta además, no sólo la flora sino la fauna de cada región devastada.
Inclusive han afectado la cede internacional y las oficinas de Los Navegantes y las casas del personal (para nueve familias hubo pérdida total). Hubo una evacuación forzada en toda esa zona de Colorado Springs. Amigos nuestros recibían albergue con amigos y compañeros. ¡Cuánto será el costo de esos daños materiales!
Me hace pensar en cuántos hogares cristianos han sido destruidos en los últimos años por “incendios espirituales” causados por una “chispa” que sale de la boca en un momento de ira o pleito. Santiago 3:5,6 dice: “Así también la lengua es un miembro pequeño, y sin embargo se jacta de grandes cosas. Mirad, ¡qué gran bosque se incendia con tan pequeño fuego! Y la lengua es un fuego, un mundo de iniquidad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, la cual contamina todo el cuerpo, es encendida por el infierno e inflama el curso de nuestra vida.” He aquí amigos, ¡cuántos hogares han sino destruidos por la lengua inflamada por las llamas del Lago de Fuego preparado para el diablo y sus ángeles!
En los bosques nacionales cada día se comunica el rango de riesgo de incendio para advertir a los residentes o visitantes sobre el grado de peligro que existe causado por sequía, calor del clima y vientos. La Biblia nos advierte en pasajes como Santiago 3, Proverbios 10 y 15, del peligro en situaciones de relaciones humanas como en el matrimonio, el hogar o la sociedad en general. Si la situación es de sequía por falta de las lluvias de gracia (que la Palabra de Dios puede darnos) por relaciones estresadas por discordia, por vientos de ira no controlada, estamos en una situación de Alto Riesgo. Y somos como los turistas que no leen los avisos y hacemos cosas que pueden producir “aquella chispa”, y el incendio se estalla.
Es mucho más fácil prevenir un incendio que apagarlo una vez que se inflama. Muchos incendios son causados por error humano. Creo personalmente que esto ocurre en muchos hogares cristianos porque no creemos que la pequeña lengua no controlada es un fuego que puede causar un incendio de toda la familia. No hay duda de que el mal uso de la lengua es la causa de muchos hogares destruidos. Un pequeño pleito, una discusión acalorada, un comentario hiriente produce una chispa que inflama la comunicación y causa el incendio del hogar. Sólo falta que existan las condiciones que implican Alto Riesgo.
En mi experiencia he visto que es mejor oír más y hablar menos cuando la relación con otra persona está mal. Santiago 1:19,20 exhorta: “Esto sabéis mis amados hermanos. Pero que cada uno sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para la ira; pues la ira del hombre no (nunca) obra la justicia de Dios.” La ira actúa como el viento sobre el fuego para aumentar y extenderlo. A veces, aun cuando no hablamos, la ira puede estar produciendo resentimiento como una brisa que es suficiente para mantener viva la chispa de una palabra que hirió al alma y comienza a crecer en el corazón hasta salir en otra ocasión y causar daño a la relación. Por ejemplo, escucho a menudo a personas decir que su cónyuge, o hijo, o hermano, dijo tal o cual cosa, y descubro que fue meses o años atrás, no hoy ni ayer.
¿Por qué nos enojamos? Un viejo amigo siervo de Dios dijo que es porque no recibimos lo que queremos cuándo lo queremos. Yo mencioné otras razones por el enojo pero él preguntó: ¿Cuándo fue la última vez que perdiste los estribos y dijiste algo que causó problemas? Pensé, y me di cuenta que era exactamente porque no recibí lo que esperaba cuándo lo esperaba. Hay que darnos cuenta antes de decir algo hiriente que esa palabra puede producir una chispa, y apagarla antes de que incendie esa relación. ¿Cómo? Con el agua de una respuesta suave (Prov. 15:1). El perdón de cualquier ofensa de otro y la petición del perdón del ofendido quita el calor de la situación. Orar juntos trae las lluvias del Señor para apagar la brazas encendidas. Por esto el Señor enseñó en el Sermón del Monte: “Por tanto, si estás presentando tu ofrenda en el altar, y allí te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí delante del altar y ve, reconcíliate primero con tu hermano y entonces ven y presenta tu ofrenda” (Mateo 5:23,24).
El método divino es quitar la causa del problema tan pronto como nos damos cuenta que existe y no esperar porque sólo se hace peor y más difícil de apagar. “Consideré mis caminos y volví mis pasos a tus testimonios. Me apresuré y no me tardé en guardar tus mandamientos” (Salmo 119.59,60). Esta es la clave del arreglo de problemas relacionales. Es el amor práctico, una acción positiva. No hay que esperar que nos llegue un sentimiento bonito.
Pero mi problema con todo esto casi siempre tiene la raíz en mi orgullo ofendido por algo que alguien dijo, a veces sin ira. Podría ser el tono de voz o una expresión en los ojos. La verdadera cura de los males carnales nos lleva a la Cruz. Esa vida del alma (PSUCHE en el griego) suprime la vida eterna de Cristo en mi corazón (ZOE) y el resultado no es el fruto del Espíritu Santo sino la obra de la carne (Gál. 5:16-26).
Entre más años paso en esta vida, más aprendo que “la carne para nada aprovecha” (Juan 6:63). Vivir en el Espíritu es la única manera de tener mi propio “bosque” fuera del Alto Riesgo. No puedo asegurar que mi esposa, hijo o amigo tenga su “bosque” en buen estado, pero mis reacciones pueden ayudar a los demás si estoy permaneciendo en Cristo y El en mí (I Juan 3.6).
Amigos, tengamos mucho cuidado con nuestros “bosques”.
Abrazos, Samuel