FUNDAMENTOS PARA LA FAMILIA CRISTIANA 07 – Samuel Clark
EL EGOÍSMO: HERRAMIENTA DEL DIABLO
Queridos amigos casados:
Es alarmante el número creciente de matrimonios que peligran entre cristianos, aún los que tienen años de andar con Cristo y servirlo. Para el enemigo del Señor, es una gran victoria cuando logra destruir matrimonios que deberían ser ejemplares. Esta situación se debe a un cambio de énfasis, casi una obsesión, en que cada cónyuge considera que es su derecho ser feliz ante todo. Lo que pasa es que han puesto un propósito secundario en una posición primaria. La Biblia enseña que el propósito primordial de Dios es unir a dos personas (con sus distintos trasfondos, temperamentos, capacidades, experiencias y sexos) en una sola vida para el beneficio mutuo y de la familia que producen. Un propósito secundario es que sean felices. Cuando los propósitos se invierten no se logra ni el uno ni el otro, y el «infeliz» se siente perfectamente justificado en hacerle la vida infeliz al que le ha privado de su derecho de ser feliz. La verdad es que el segundo sólo se logra cuando el primero es el énfasis primordial. Este es el balance necesario para lo que escribí el mes pasado sobre cómo hacer feliz al cónyuge.
La obstrucción en el camino a la felicidad es el egoísmo. No importa cuánto tratemos de echar la culpa al otro por el fracaso de un matrimonio, lo que estamos diciendo es, «No me hizo feliz». Esto resulta en la amargura. Estamos frustrados, enojados, rabiosos, resentidos, deprimidos y desilusionados porque aquel cónyuge no llenó nuestras expectativas. Y los pleitos, reacciones, choques, griterías, maledicencias, y silencios no han mejorado la cosa ni un poco; la han empeorado terriblemente. Nuestra mente pasa en repetidas «replays» cada insulto e injuria hasta que no haya voluntad para reconciliarnos. Luego empezamos a razonar así:
- «Este cónyuge no llena mis necesidades.»
- «Si me quedo aquí, me voy a asfixiar.»
- «Estoy perdiendo mi vida, tengo que salir mientras pueda.»
- «Nada puedo hacer para agradar a mi cónyuge.»
- «Mi cónyuge nunca cambiará. ¿Por qué debo cambiar yo?»
- «Tengo tantos años que vivir todavía. Quiero ser feliz. Me voy…»
Una vez que tales pensamientos se arraigan en la mente ocurre el «divorcio emocional» que antecede el intelectual y el físico. Para poder llegar a este punto, el cristiano tiene que pasar por alto una serie de consecuencias que él sabe que van a suceder (porque «todo lo que el hombre siembre, eso también segará» – Gál. 6:7). Por ejemplo: lo que pasará a los hijos, cómo afectará esto a sus amigos, familia y grupo cristiano, lo que sufrirá su propia auto-imagen, etc. Pero por tener los propósitos invertidos, siempre sale con la suya y se siente justificado por haber aguantado y sufrido tanto, y libre para deshacerse del tirano que le ha hecho sufrir tanto.
Es difícil tratar de razonar con una persona que ha tomado esta posición porque el argumento tiene dos premisas opuestas que dan respuestas opuestas. Ahora sólo necesita que otros le respalden (y no es difícil encontrarlos en este mundo tan malo y fracasado) para que tome la decisión de hacer final su divorcio emocional. Sólo falta construir sus justificaciones más sólidamente, y para esto busca enojar y provocar al cónyuge con todo lo que pueda para que lo eche o le agreda de tal forma que aparezca como «el inocente». En este momento, está tan entenebrecido su entendimiento que está bailando el «Cha-cha-cha» con el diablo y no acepta las Escrituras ni las exhortaciones de amigos cristianos. Es una situación de poca esperanza porque ya está divorciado emocionalmente por la falta de su felicidad personal que le es tan importante.
Cristo dijo que por la dureza del corazón Moisés permitió el divorcio en la Ley (Marcos 10:5). La verdad es que el divorcio no muestra las faltas del cónyuge que es abandonado, sino la dureza del corazón del que lo abandona.
Si tú estás en el proceso de crear un divorcio emocional, hay tres cosas que debes hacer. Primero, prepárate para recibir la disciplina del Padre (Hebreos 12:5-10). Debes tener miedo, porque para Dios esto es un asunto serio que rompe una unión que El ha hecho. «Por tanto, lo que Dios ha unido, ningún hombre lo separe» (Marcos 10:9). Segundo, tome todo un día, o más si es posible, y apártate a un lugar solo para buscar a Dios mismo. Enfócate en El, no en tu cónyuge, tus hijos, tu miseria, etc. Toma la Biblia y escucha lo que Dios dice acerca de QUIEN es El. Toma los Salmos y deja que te llenen el corazón con luz para sanar tu mente. El resultado de ver a Dios es conocerle, y esto produce el amor a Dios, lo que produce la obediencia, y ésta produce el agrado de Dios y Su presencia amorosa en toda abundancia en el corazón. Así podrás tomar una decisión sana. Tercero, arrepiéntate del mal que pensabas hacer y vuelve a tu hogar para pedir perdón y comenzar de nuevo con el propósito correcto en el primer lugar, confiando en el poder del Espíritu Santo para lograrlo. No hay otro camino más fácil, amigo. No hay atajos. No hay remedios menos amargos para tu orgullo y egoísmo. Es el camino del Señor, no del hombre egocéntrico.
Si tú eres el cónyuge que está siendo abandonado por un divorcio emocional, tus únicos recursos son divinos, no carnales. No puedes luchar contra la carnalidad de otro con la carnalidad propia. Tienes que orar, orar, y orar aún más. No puedes ganar la batalla tratando de persuadir, manipular con lágrimas, pedir, trabajar más duro, ni buscar en otros tu apoyo. Dios tiene que ser tu fuerza y protector. No puedes darte el lujo de responder en la carne, porque esto refuerza el argumento del otro de que él tiene la razón. Tienes que saber que sólo Dios puede salvar tu matrimonio. Ora y confía solamente en El. Muchos han visto a Dios responder cuando dejaron de luchar por retener a su cónyuge y lucharon por estar con Dios y recibir momento tras momento Su gracia para ser como Cristo ante su cónyuge rebelde.
Volver al amor es volver al Señor porque El es amor. Donde no hay amor, no está el Señor en el trono. El señorío de Cristo en el matrimonio es la única garantía del éxito. Cumpliremos Su propósito primordial para el matrimonio, y seremos un símbolo de la unión eterna entre Cristo y Su Iglesia. «Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es ese misterio, pero hablo con referencia a Cristo y a la iglesia» (Efesios 5:31,32).
He visto cómo Dios puede salvar matrimonios casi destruidos. Un ejemplo: en 1996 unos amigos íntimos celebraron sus Bodas de Oro. Hace años esta crisis del divorcio emocional destrozaba sus vidas. ¿Qué hizo volver el amor al matrimonio? El señorío de Cristo y el arrepentimiento sincero en ambos cónyuges. Dios arrancó la victoria de las garras de Satanás y produjo una unión que pasó muchas pruebas y glorificó a Dios.
Recuerda, amigos, porque somos Sus hijos y discípulos, la gloria de Dios, Su Reino y Su voluntad deben tomar prioridad sobre todo lo demás. «Mas buscad primeramente el Reino de Dios y Su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas» (Mateo 6:33). La felicidad es una de esas añadiduras prometidas.
Para matrimonios triunfantes,
Samuel