FUNDAMENTOS PARA LA FAMILIA CRISTIANA 112 – Samuel Clark
LA RELACIÓN CONYUGAL FELIZ
Queridos Amigos:
Oí el testimonio de un buen amigo el otro día y me fascinó lo que dijo de su matrimonio de 55 años de experiencia: “Estamos más enamorados que nunca.” ¡Espero que Cari y yo podamos decir lo mismo en unos seis años! Luego nos dijo lo que creo es sólo la mitad del secreto, el lado varonil. El había aprendido muy temprano en su matrimonio a hacer tres cosas cada día:
Decirle a su esposa cada día “Te amo.”
Mostrar ese amor cada día de una manera práctica.
Darle un cumplido sincero cada día por algo que ve en ella.
¿Qué mujer no amaría a un hombre así? Le convencerá de que sí, le ama. Y ella se someterá a él con gusto, le respetará enormemente. Y serán felices.
Pero, en su testimonio cuenta cuán difícil era aprender a hacer esas tres cositas. ¿Por qué? Porque en el hogar donde él creció no veía esto. No creció con demostración de afecto y por lo tanto no supo hacerlo. Me imagino que muchos de mis amigos podrían decir lo mismo. Estas tres cosas no son muy comunes y nada natural al cónyuge masculino latinoamericano. Por ende, ni el esposo ni la esposa llega al matrimonio con una experiencia de amor expresado en esta forma. Acepto que hay otras formas de expresar el amor, pero ¿sabes qué? Muchas de estas formas pasan desapercibidas por la pareja femenina. ¿El resultado? No se siente amada aunque sabe que su esposo diría que la ama si se le preguntara. Más bien, se extrañaría ante la pregunta.
¿Por qué existe esta falta de comunicación o expresión amorosa en la pareja? Desde el punto de vista del hombre, su perspectiva es así: Yo trabajo 10 horas al día para ella. Le doy el dinero que necesita. La invito al fútbol. Vemos T.V. juntos. No ando en la calle buscando diversión. Arreglo cosas en la casa. Cuido a los niños para que ella se divierta con sus amigas. Etc. etc. etc. Para él éstas son sus expresiones de amor diarias. Además, de vez en cuando tienen intimidades para expresarlo ampliamente ¿No es así, hombres?
PERO, ellas mueren por esas dos palabritas mágicas: “Te amo”. Un esposo dijo a su consejero matrimonial: “Yo le dije que la amo hace ___ años. Cuando cambie de mente, se lo voy a decir.” Ahora, el problema para los hombres es que pensamos que estas palabras sólo son necesarias para ganarlas y luego en la intimidad nupcial.
El hombre confunde la palabra amor con eros, algo que no se puede expresar en cualquier momento o situación. Pero el amor que Dios manda para el esposo es una decisión, no una emoción. Las emociones pasan rápido. Vienen como tormenta y luego viene la calma. El amor “nunca deja de ser” (I Cor. 13:8). Así es que un esposo debería de decir “Te amo” aunque sus emociones no estén levantadas.
No hay nada malo en tener las emociones activadas en al amor conyugal pero no debemos esperar ese momento para decir “te amo” a esa mujer que necesita oírlo de nosotros.
Así tuve yo que aprender a decir estas palabritas y mi esposa me enseñó a decirlas. Nos cuesta creer que la mujer de nuestra vida necesita oír esto A MENUDO. Porque el hombre es más cerebral, lógico, enfocado en lo que está haciendo en un momento, y no algo tan desconectado como decir “te amo” sólo porque ella lo necesita. Hombres, Dios las hizo así; nunca se lamentarán de la formación del hábito de decir estas benditas palabras que causan verdadera felicidad en la esposa.
El segundo hábito a formar es de pensar en algo que podríamos hacer cada día para mostrarle que la amamos cuando no estamos en intimidades. La pregunta clave es: ¿Qué le gustaría que yo le trajera o hiciera en la casa, o hiciera con ella cuando llego del trabajo? Hombres, las posibilidades son innumerables, Si comenzamos a practicarlo, después del “shock” inicial (ojalá no un infarto), se van a dar cuenta de que nosotros pensamos en ellas cuando estamos fuera de casa. Cosas pequeñas: una rosa, un chocolate, etc. Cosas mayores: llevarla a cenar, asistir a una función de música o teatro, llevarla al centro comercial para andar de vitrinas, tomar un helado, etc. No tiene que costar nada: llamarla del trabajo para saber cómo está, dejar una notita en el refri con “te amo” escrita a mano, besar y abrasarla cuando llegas, hacer alguna reparación pendiente. El chiste es convencerla de que es mucho más que ama (¿esclava?) de casa. Nos urge formar el hábito de pensar creativamente en cómo darles una demostración práctica de nuestro amor.
¿Sabes cuál es el regalo mayor que puedes darle? Tu tiempo, tu atención completa, preguntándole por lo que sucedió en su día. Y cuando nos pregunta “Y a ti, ¿cómo te fue?”, NO contestar, “Bien”. Si pensamos un poco podemos compartir algo que le interesará porque es de nosotros. No nos parece importante pero para ellas es “nuestra vida”. Esta conversación necesita una cosa: apaga la T.V. y mírale los ojos para hablar y escuchar. A veces el mejor momento es, después de la merienda, antes de levantarnos de la mesa, preguntarnos ¿Cómo nos fue hoy? TIEMPO es un regalo caro en estos días de tantas actividades, mucho cansancio, hartas preocupaciones o problemas, y hasta tristezas con personas. Es una manera práctica de demostrar que nos amamos.
El tercer hábito de mi amigo es el más fácil pero cuesta mucho: formar el hábito de decir algo bueno de lo que ella hace, o tiene. “¡Qué buena sazón tiene esta sopa!” “¡Qué lindos aretes llevas!” “Gracias por hacerme feliz.” Si lo haces todos los días, ella dejará de sospechar que quieres algo de ella. Cuesta pensar en ella así, ¿verdad?
En realidad la clave de estas tres expresiones de amor es pensar en ella y no sólo en nosotros mismos. El amor AGAPE se define como “Buscar el bien de otro antes que el propio” – I Cor. 10:24 y 13:5. El amor no es egoísta sino dadivoso. Por esto nos cuesta mucho a los hombres, pues, queremos ser servidos en vez de servir. Cristo es el MODELO en esto como en todo. El siempre busca nuestro bien en Sus mandamientos, Sus enseñanzas y Sus promesas. Tu tarea, esposo, es leer Cantar de los Cantares regularmente para aprender de un hombre que había aprendido a amar con cumplidos hermosos.
Sin embargo, amigos, si no lo han descubierto todavía, la verdadera felicidad viene cuando hacemos a otros felices. ¡Un hombre que trata de hacer feliz a su mujer siempre va a terminar siendo muy feliz! Si yo quiero ser más feliz en los años dorados de nuestro matrimonio voy a tener que aprender unos hábitos que producen felicidad. Me asusta lo que veo en tantos matrimonios hoy: competencia por el poder, amargura, aburrimiento, ira, dudas o peor que todo, un apagamiento de toda la vida emocional.
Déjenme recordarles una vez más, este es el viejo principio de la cruz nuestra de cada día para poder experimentar una vida espiritual y no vivir en la carne. Todo esto tiene que venir del Espíritu como nos enseña Pablo en Gál. 5:16-25. Vale la pena para experimentar esta clase de relación conyugal con aquella a quien amamos.
Abrazos, Samuel