FUNDAMENTOS PARA LA FAMILIA CRISTIANA 150 – Samuel Clark
ENSEÑANDO A LOS HIJOS A AMAR A DIOS
Queridos padres cristianos:
Debemos reconocer que enseñar a un niño a amar al Dios Invisible, Omnipotente y Amoroso es bastante difícil. Especialmente con la tecnología que permite que los productores de cine y TV produzcan cualquier cosa plasmada en sus programas de ciencia ficción. Los niños son muy curiosos y su imaginación es capaz de crear imágenes fantásticas que les parecen verdaderas.
¿Cómo podemos comenzar a enseñar cómo es Dios cuando no tenemos ni pinturas ni esculturas que sean fieles reproducciones de Su forma y naturaleza? Aún hoy tenemos problemas para describir a los abuelos que viven lejos a los nietos que quieren conocerlos. Aun cuando hay fotos, videos y Skype es dificilísimo lograr que el niño asocie imágenes de personas que quieren conocer con la persona misma cuando aparece ante ellos en persona. Así es dificilísimo lograr que conozcan y amen al Dios verdadero, “Rey inmortal, invisible, único Dios…” (1 Tim. 1:17). Los libros cristianos para niños no ayudan mucho porque pueden humanizar a ese Dios verdadero. Sin embargo, todos debemos aprender a amar al que no vemos y creer en Aquel que es invisible (1 Pedro 1:8,9) para que seamos salvos por la fe y no por la vista. A veces nuestras descripciones de Dios no son fáciles para los niños entender y creer. Lo que debemos enfatizar es Sus obras en la historia y no Sus características.
El lugar donde debemos comenzar a enseñar a los hijos sobre el amor a Dios es la enseñanza de Jesús. Él nos aclara que el primer y mayor mandamiento es “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mt. 22:37). Dios no nos mandaría amar con emociones o sentimientos porque estos son pasajeros. El amor que Él quiere es una decisión que se ve en nuestras acciones cuando escogemos hacer lo que Él quiere y no lo que nuestra naturaleza quiere hacer. Ejemplos: amor en vez de enojo; amor en vez de flojear; amor en vez de malos pensamientos, etc. Jesús lo dijo en Juan 14:21: “El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama…” Esta clase de obediencia es por fe, por creer que Dios quiere que vivamos como Él manda en Su Palabra.
Entonces, ¿cómo podemos lograr una fe que obedece al Señor? Debemos enseñarles Sus obras de amor que El hizo para Israel, Josué, Daniel, David y otros que tuvieron muchos problemas y salieron de ellos con una fe más robusta y pura. Es importante en esta generación enseñar a los hijos que los creyentes también pasamos por pruebas. Son oportunidades para crecer, no para ser vencidos por las fuerzas de Satanás. La falsa promesa de estar siempre felices, llenos de bendiciones, salud y abundancia material ha dañado la fe de los que sufren. Es la vieja mentira de Satanás que tuvo que oír Job por mucho tiempo de sus amigos. Ellos le decían que todos sus problemas desaparecerían si él se arrepintiera de sus muchos pecados secretos porque “Dios bendice al justo y castiga al pecador.” Una media verdad es una mentira. Primero, Dios no bendice siempre al justo sino que permite que sufra para aprender a confiar en el Señor en las buenas y en las malas. Segundo, Dios no castiga siempre a todos los malos en esta vida; a veces llegan hasta la muerte sin sufrir.
Tenemos que saber que si nunca sufriéramos como cristianos muchos no crecerían en su fe y obediencia. Niños que nunca son disciplinados por sus padres crecen con un egoísmo que les hace insoportables en la escuela y en las relaciones sociales. Pero no es solamente el castigo que nos enseña a obedecer. También las experiencias de tristeza, dolor, sufrimiento y fracasos nos enseñan a creer en Dios y buscar de El la fuerza de la fe para vencer estas cosas difíciles. El buen Padre celestial sabe qué es lo que necesita cada hijo para llegar a ser un creyente fiel. Los padres cristianos que andamos por fe y no por lo que vemos o entendemos totalmente, tenemos que enseñar a nuestros hijos esta verdad para prepararles para la vida que puede ser difícil si es la voluntad de Dios por Sus razones no siempre reveladas en esta vida sino en la eternidad.
Ejemplos abundan en la vida real de los que han sido llamados a sufrir terribles accidentes o enfermedades, la viudez u orfandad larga y difícil, la pobreza causada por guerras o catástrofes naturales y aún la crueldad de los malos que maltratan a los cristianos con persecuciones. Pero Dios nos enseña a aceptarlo todo como “bienaventuranza” en el Sermón del Monte porque cuando lo sufrimos con fe, siempre resulta en bendiciones espirituales grandes.
Hebreos 11, “El Salón de Fama de Dios”, usa las vidas de creyentes del Antiguo Testamento para enseñar a los del Nuevo Pacto a aceptar los sufrimientos con fe y salir victoriosos después de sufrir por “un tiempito”. ¿Cuál de los héroes no tuvo que sufrir para llegar a ser ejemplo por su fe?
Lo que estoy sugiriendo es que seas fiel en tu enseñanza de los hijos y que muestres los dos lados de la verdad de la vida cristiana: tiempos de bendición y de sufrimiento como “Su voluntad”.
¿Cómo enseñamos a los hijos de amar a Dios? Enseñándoles a confiar en El, creer en Su bondad aún en los tiempos difíciles, continuar en Su camino cuando hay pruebas y luchas y seguros en Sus misericordias que son nuevas cada mañana y Su fidelidad que es grande, más grande que cualquier prueba. El amor es la fe práctica que decidimos mostrar por nuestra obediencia y fidelidad como Job quien dijo: “Aunque El me mate, en El esperaré…” (Job 13:15). Recordemos que el amor a Dios es una decisión, no una emoción, especialmente cuando nos cuesta seguir Su camino. Así estamos enseñando el Amor a Dios con todo el corazón, toda el alma y toda la mente, tal como Él quiere.
No quiero ser pesimista pero quiero ser realista. Quiero enseñar toda la verdad y no sólo una parte. Tengo suficientes años y experiencias para decirles estas cosas y negar un falso “evangelio” que sólo ofrece bendiciones en esta vida en un mundo de grandes problemas. Espero que me entiendan y que esto les anime a ser fieles maestros y ejemplos a sus hijos, los pequeños, medianos y grandes.
Abrazos, Samuel