FUNDAMENTOS PARA LA FAMILIA CRISTIANA 17 – Samuel Clark
¿POR QUÉ ESTAMOS COMO ESTAMOS?
Queridos amigos casados:
Nuestras familias serán muy parecidas a las familias donde nos criamos, una mezcla de las familias paternas y maternas, por dos razones muy fuertes: la genética y el ejemplo. No podemos alterar las herencias genéticas mucho en cuanto a nuestras reacciones carnales y cómo percibimos las cosas si no aprendemos a aplicar la Cruz de Cristo al Viejo Hombre y dejar que el Espíritu de Cristo mate en “la cruz nuestra” las obras de nuestra carne. Ya hemos hablado de esto en otras cartas pero este recuerdo es necesario para vencer la tendencia de decir, “Así soy yo. No debo cambiar lo que soy”. La resurrección con Cristo para andar en nueva vida y crecer en Su semejanza por obediencia a Su Espíritu ofrece a cada uno de nosotros la posibilidad de ser diferentes.
Quiero enfocarme en la segunda razón porque nuestras familias van a ser pequeñas copias de las de nuestra niñez. Queramos o no, repetiremos la fuerte influencia de los modelos de nuestros padres. Esos ejemplos, buenos o malos, nos afectaron mucho. Los creemos casi sacrosantos. Resistimos cambiarlos. Es nuestra cultura familiar. Es nuestro folklore del hogar. Así como resistimos cambios en nuestro ser, nos cuesta mucho cuestionar esos patrones y sin darnos cuenta repetimos nuestra experiencia.
La pregunta es: ¿Debemos cambiarlos? Solamente si van en contra de los principios de la Palabra de Dios deberíamos cambiarlos, o si hemos observado mejores ejemplos y decidimos seguirlos. La verdad es que había cosas buenas en nuestras familias que no deberíamos cambiar. Sin embargo, hubo otras cosas que dañaron las relaciones y no quisiéramos repetirlas con nuestra familia. Necesitan ser abandonadas y reemplazadas con mejores prácticas que producirán mejores resultados.
Por ejemplo, mi papá nunca le decía a mi mamá a dónde iba o qué iba a hacer cuando salía de la casa. Ella nunca sabía a qué horas esperarlo. Probablemente lo aprendió de su papá “allá en el rancho grande”. Yo lo aprendí de mi padre y hasta la fecha me cuesta comunicar mis planes a mi esposa. ¿Es bueno o malo? Mi mamá sufrió mucha inseguridad, preocupación y temor por esto, y creo que mi esposa también sufriría si no cambiara. Por esta razón trato de tener con mi esposa mejor comunicación de mis planes y actividades. Creo que es el amor que está venciendo el egoísmo. El egoísmo es la falta de buscar primero el bien de otros. Esto lo aprendo del Señor en Su Palabra. Aprendo que mis hábitos deben ser puestos a un análisis bíblico para lograr ese hogar de paz, amor y gozo que quiero experimentar.
La respuesta “Siempre lo he hecho así” probablemente signifique que nunca he buscado mejor manera de hacer las cosas. No es una garantía de ser la mejor forma, sino simplemente algo que heredé de mi cultura o familia. Dios quiere podarnos de costumbres aprendidas de antepasados y vecinos que perjudican Su obra de transformación de nuestra vida. Romanos 12:2 dice que esto sólo sucede cuando estamos dispuestos a renovar nuestro entendimiento, o sea, nuestra manera de ver las cosas. Básicamente este cambio es de egocéntrico a otro-céntrico. ¿Cómo está afectando esta costumbre a mi prójimo? Mis prójimos más cercanos son los miembros de mi familia, mi cónyuge e hijos.
Muchos pasajes bíblicos nos hablan de las relaciones interpersonales y cómo son afectadas para el bien o el mal por lo que hacemos o decimos. Por esto yo recomiendo la lectura de toda la Biblia cada año. En las Escrituras se revelan nuestros hábitos por lo que son. Yo trato de leer el libro de Proverbios varias veces cada año. Ahí veo mi egocentrismo e idiosincrasias más claramente que en otras lecturas. Hay 31 capítulos, uno para cada día del mes, fácil de recordar si empiezo con el capítulo uno el primer día del mes. Si quieren hacer la prueba, leen ese libro en un mes con énfasis en las relaciones interpersonales para ver cuántas de sus costumbres en la familia no son las que Dios quiere ver en ella. Es una manera de comprobar lo que es la voluntad de Dios: lo bueno, lo aceptable y lo perfecto.
Si no hacemos este tipo de ajustes a nuestra personalidad y costumbres, estamos destinados a repetir los errores del pasado. Cuando oramos y pedimos “Venga a nosotros tu Reino; cúmplase tu voluntad así en la tierra como se cumple en el cielo…”, deberíamos entender que esto implica cambios radicales. La cultura del Reino de Dios es muy diferente a la que vemos alrededor. Su voluntad no se está cumpliendo en la mayoría de las personas o familias. Necesitamos cambiar muchas cosas para que sea así. La oración sincera y ferviente es el primer paso, pero la aplicación de los principios eternos de la Biblia a nuestras vidas es lo que trae esa transformación (metamorfosis en el griego) a la vida práctica donde vivimos cada día. Sin estos cambios estamos engañándonos a nosotros mismos (Santiago 1:22-25).
El agente más importante para la transformación de la sociedad es la familia. No es el gobierno con sus programas y leyes. No es siquiera la religión. Es la familia donde se pone en práctica la justicia de Dios por el poder del Señor Jesucristo: donde se permanece en Su Palabra; donde hay verdaderos discípulos de Cristo. Que Dios nos ayude a vivir así, como la luz del mundo, lumbreras en medio de las tinieblas y el caos de las familias modernas.
Recuerden, amigos, la vida cristiana resulta de decisiones, no de planes, deseos o sueños. Cristo dijo: “Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a si mismo, tome su cruz cada día, y sígame.”
Este versículo describe la vida de decisiones correctas que producen buenos frutos.
Nuestras familias serán como las que nos produjeron a menos que tomemos decisiones de cambiar lo que esté malo por algo mejor, lo que Dios quiere.
Para familias mejores,
Samuel Clark