FUNDAMENTOS PARA LA FAMILIA CRISTIANA 39 – Samuel Clark
LA VIDA FAMILIAR 2
Queridos hermanos casados:
Quiero seguir comentando con Uds. lo que podemos aprender sobre la familia como unidad básica para el discipulado de los hijos y todos los miembros de la familia. El hogar es el lugar más apto para la enseñanza de doctrina y vida. Con el ejemplo y con las Escrituras y las oraciones podemos enseñar a nuestras familias en el Camino de Dios.
Fue Dios mismo quien dijo que El sabía que Abraham iba a llegar a ser una nación grande – más allá de los millones de los que se llaman judíos, incluyendo a los que creemos en el Dios de Abraham, Isaac y Jacob por medio de Jesucristo, hijo de Abraham y David, nuestro Señor y Salvador. El mandó a Abraham, y a sus hijos después de él, a guardar el Camino del Señor haciendo justicia y juicio para que el Señor pudiera cumplir a Abraham todo lo que El había prometido (Gén. 18:18,19). Aprendemos de esto la enorme responsabilidad de los padres de cada generación, a enseñar a su casa la vida de Su Reino espiritual. Varias veces Dios mandó esto a la nación israelita (Deut. 6:1-7; 4:9; Salmos 78:1-8). El cristiano no puede faltar en esta tarea del discipulado y esperar que sus hijos vayan a seguir el Camino de Dios.
Por eso encontramos en los Proverbios tantas enseñanzas dirigidas al «hijo mío», y tantas exhortaciones a los hijos a no abandonar la enseñanza de su padre y de su madre. El libro de Proverbios es un excelente texto para la enseñanza familiar. Está arreglado en una forma en que podemos pasar todo un mes, leyendo un capítulo cada día. O si esto es mucho, unos cuantos versículos para cada día con tiempo para meditarlos bien, explicarlos mejor y aplicarlos a la vida familiar. También podemos tomar historias cortas del Antiguo Testamento para sacar lecciones sobre la vida. Historias del Evangelio sirven muy bien para lo mismo. Nuestra familia necesita oír la Palabra leída y comentada para agarrar un gusto por la sabiduría espiritual y así equilibrar las enseñanzas seculares que están recibiendo.
La meta de la enseñanza bíblica es una educación espiritual enfocada en Dios de tal manera que la fe sea impartida por los creyentes a sus hijos. Así fue en el caso de Timoteo quien «desde la niñez» había sabido las Escrituras que le daban la sabiduría que le llevó a la salvación por fe en Cristo Jesús (2 Tim. 3:15). Cuántos padres descuidamos esta tarea. Luego lamentamos que nuestros hijos no siguen al Señor. Dios sólo puede decirnos: «Yo les dije lo que debían hacer pero no lo hicieron.» Amigos, no hay método tan efectivo como la enseñanza familiar.
Una gran diferencia existe en la filosofía de la educación entre las culturas orientales y las occidentales. Los orientales, incluyendo a los hebreos, ponen el énfasis en la sabiduría espiritual. Los occidentales, basados especialmente en los griegos, ponen el énfasis en la sabiduría humana, el raciocinio humano que busca entender las cosas desde la perspectiva de este mundo únicamente. Los judíos antiguos enseñaban que la base de la sabiduría es el temor de Dios (Pro. 1:7). Los griegos enseñaban que la base de la sabiduría es lo que han pensado los grandes hombres. Por ende, los hebreos aprendían su sabiduría de las Escrituras inspiradas, no de libros de filósofos, científicos y políticos. Un niño israelita de una familia piadosa aprendía de memoria los cinco libros de la Ley primero, luego estudiaba las escrituras de los profetas y aprendía los Salmos, Proverbios y otros libros de sabiduría divina. Para ellos la sabiduría era conocer a Dios y luego saber qué quería Dios de ellos. Para los griegos, la sabiduría era cuánto sabían de los grandes pensadores.
¿Qué clase de sabiduría estamos enseñando a nuestros hijos? Sin duda se saben muchas cosas, más que nosotros sabíamos cuando teníamos su edad. Pero, ¿son sabios? Amigos, si no son sabios en la sabiduría espiritual, son ignorantes en cuanto a lo que más importa.
Cinco palabras en el idioma hebreo identifican diferentes clases de esta ignorancia de la sabiduría verdadera. Debemos nosotros, como padres, saber esto para poder ayudar a nuestros hijos a ser sabios. La primera es PETI que muchas veces se traduce «simple» o «sencillo». Proverbios 1:4 dice que el propósito de los proverbios era «dar prudencia a los simples». Esta ignorancia puede ser remediada porque el ignorante está abierto a la enseñanza, como en los niños pequeños que no saben mucho pero quieren saber.
La segunda es KESIL. Se traduce como «necio» en Proverbios 10:23: «Como diversión es para el necio hacer maldad…» La tercera, EMIL, también se traduce «necio». «Aunque machaques con el mazo al necio en un mortero…no se apartará de él su necedad» (Prov. 27:22). Estas dos clases de ignorancia son más difíciles de remediar porque se han endurecido los corazones. Faraón era un necio de este tipo.
La cuarta es LETZ, «escarnecedor», uno que se mofa de Dios y la verdad como en Proverbios 29:8: «Los escarnecedores agitan la ciudad…» Esta ignorancia es muy difícil de corregir porque no admite la luz de Dios en su mente.
La quinta es NABAL, traducida como «necio» pero en un sentido mucho más fuerte, como en el Salmos 53:1: «El necio ha dicho en su corazón: No hay Dios.» Es la más resistente de las ignorancias, la de los ateos, escépticos y agnósticos.
Todos tenemos un grado u otro de ignorancia. ¿Cuál tienes tú? ¿Cuál tiene cada uno de tus hijos? Por esto es tan importante comenzar muy temprano a educar a nuestros hijos en la sabiduría divina por las Escrituras y con mucha oración.
¿No te parece, padre/madre, que es urgente, es imprescindible que administremos el antídoto a tiempo a nuestros hijos, antes de que se envenenan de las filosofías seculares? Podemos admirar todo lo bueno de una educación mundana pero tener mucho cuidado de añadir lo que le falta y corregir lo que es falso. Nadie más lo va a hacer por nosotros. Nadie más puede hacerlo tan bien como nosotros. ¡Nos toca!
Reconozco que el factor tiempo es un gran problema para la mayoría de las familias cristianas. Ni los padres, ni los hijos, disponemos de mucho tiempo para hacer esta labor vital. Pero, seamos honestos, no usamos bien el tiempo que tenemos. ¿Cuántas horas se pierden ante la TV, metidos en el Internet o en diversiones que no son absolutamente necesarias (a veces ni buena inversión de tiempo) para lograr nuestra meta? Una decisión de hacer la lucha para la educación espiritual de los hijos va a costar mucho. Pero, amigos, lo que cuesta poco, poco vale; lo que cuesta mucho, mucho vale.
Oremos que Dios nos dé a nosotros, los padres y abuelos, como a los niños y jóvenes, corazones tocados por El para buscar la sabiduría celestial y eterna, cueste lo que costare.
Abrazos,
Samuel