FUNDAMENTOS PARA LA FAMILIA CRISTIANA 47 – Samuel Clark
CUANDO ALGUIEN EN LA FAMILIA FALLECE
Queridos amigos:
La doctrina cristiana en el fundamento de la fe, los cimientos de nuestro hogar, el timón para dirigir a la familia en las tormentas de la vida. La doctrina nos dice lo que debemos creer y hacer, y nos ayuda a sentir gozo aun en tiempos difíciles y pruebas duras. La doctrina se aprende por el estudio cuidadoso de la Biblia y la práctica fiel de esas enseñanzas que el Espíritu de Verdad nos revela.
En ningún área es más evidente esta función de la doctrina que en la pérdida de un miembro de la familia, esa unidad fuerte de padres, hijos y hermanos. Creo que esta es una realidad que debo tratar de desglosar con la ayuda del Espíritu Consolador y algunos ejemplos de la vida aunque yo no lo he experimentado todavía en mi familia inmediata.
La primera gran verdad que me ayuda se encuentra en aquella historia triste de la muerte del primer hijo de David y Betsabé, resultado de un enlace adúltero. Durante una semana el niño de más de un año agonizaba. David no comió, no se bañaba, casi no dormía. Estaba tirado en el piso orando a Dios por aquella vida. Cuando se murió, los sirvientes se preguntaban si debían decírselo o no. Habían decidido que no por temor a su reacción emocional. Pero David los vio hablando y preguntó: “¿Ha muerto el niño?” Al oír la verdad, se levantó y fue a bañarse y vestirse bien. Pidió alimento para terminar su ayuno. Los siervos no entendían, pues, así no esperaban verlo tan tranquilo ya que había orado con lágrimas durante toda su velada por el niño.
¿Verdad que no es la reacción que esperaríamos de uno de nosotros? La respuesta de David nos enseña la importancia de la doctrina sana: “Mientras el niño aún vivía, yo ayunaba y oraba, pues me decía, ‘¿Quién sabe si el Señor tendrá compasión de mí y el niño viva?’ Pero ahora que ha muerto, ¿por qué he de ayunar? ¿Podré hacer que vuelva? Yo iré a él, pero él no volverá a mí” (2 Samuel 12:22,23).
Observamos como la sana doctrina ayuda: mientras hay vida y una posibilidad de salvar a un enfermo, podemos ayunar, orar, arrepentirnos y entregar al enfermo a la misericordia de Dios; pero muerto ya no hay nada que podemos o debemos hacer por él. La doctrina sana nos enseña que nos veremos otra vez en la casa del Padre que Cristo está preprando para nosotros. Así que nuestro deber es volver a la vida normal y la tarea de vivir mejor habiendo aprendido algunas lecciones valiosas del contacto con la muerte. Cada experiencia de muerte familiar nos debe hacer más atractivo el cielo y hacernos más comprometidos con la vida cristiana.
Esto no quiere decir que no vamos a sentir tristeza, pérdida y confusión, pues seguimos siendo muy humanos. Pablo dijo: “Pero no queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como lo hacen los demás que no tienen esperanza” (1 Tesalonicenses 4:13). El que ignora los hechos doctrinales puede estar entristecido como si no tuviera la gran esperanza de ver otra vez a su pariente o amigo cristiano. La muerte es un paréntesis en la eternidad. La ignorancia o doctrinas erradas nos roban de esta esperanza. El dolor de una muerte es muy intenso. Por eso Jesucristo lloró frente al sepulcro de su amigo Lázaro aun cuando sabía que pronto lo resucitaría. Lloró con los que lloran, como nosotros también debemos hacer … pero no sin esperanza.
Pablo dijo “ausentes del cuerpo, presentes con el Señor” en su exposición sobre el estado verdadero de los que mueren en el Señor (2 Cor. 5:1-9). Si creemos esta doctrina reconfortante sólo podemos dar gracias al Padre por darnos tal seguridad en cuanto al paradero de nuestros familiares que han dejado esta vida para una vida muchísimo mejor.
Ahora, amigos, admito que esto no me ha pasado en mi familia de esposa y cuatro hijos. No puedo decir cómo se siente uno en el dolor de la pérdida de un miembro familiar tan cerca. Pero de estos pasajes puedo prepararme para esa hora, para que la gracia de Dios me sostenga en mi fe, mi amor a Dios y mi convicción que mi Señor va tener la victoria final sobre la muerte. En aquel día de Su Venida por nosotros, los muertos resucitarán y los todavía vivos serán transformados la realidad celestial que Jesús nos aseguró que es nuestra vida eterna con el (1 Tesalonicenses 4:13-18; 1 Cor. 15:50-57).
En los últimos años me ha tocado ver a unos amigos y compañeros en la obra de Dios que han perdido seres muy queridos: esposos, hijos, padres – en accidentes, enfermedades y aun en la guerra o violencia de este mundo tan injusto.
Déjenme relatar unos pocos:
El hijo del entonces presidente de nuestra misión fue asesinado en su taxi por un cliente. Nunca se resolvió el caso. Los padres sufrieron pero escribieron artículos y libros. Hablaron de sus experiencias y siguen consolando a otros con las lecciones que aprendieron.
La hija de unos buenos amigos y compañeros se murió solita en su tina de baño. No la encontraron por unos días. Fue un gran golpe. Ahora están otra vez en el ministerio y con muchas oportunidades para testificar de la gracia de Dios.
Una esposa y madre joven perdió a su esposo en un accidente automivilístico, dejándola con hijos pequeños y un negocio. Con mucha fe y valor ella ha criado a sus hijos y ha llegado a ser un gran ejemplo para muchos mientras trabaja en un puesto de mucha responsabilidad.
Compañeros queridos perdieron a su hija en un accidente y tuvieron muchas oportunidades para dar gloria a Dios por medio de las vías de comunicación.
Lo que quiero decir con estos ejemplos es que estas cosas suceden y que debemos aprender de los que han podido salir de sus pérdidas con sus vidas enriquecidas porque tenían, creían y practicaban la doctrina correcta acerca de la muerte para el cristiano.
Amigos, esta es mi esperanza también, que estas verdades y experiencias nos pueden preparar para aquellas experiencias tan dolorosas. En estos días asistimos a dos funerales cristianos de gran esperanza. Fueron celebraciones de dos vidas, una corta de 19 años y la otra larga de 85 años. En ambos servicios la confianza en las promesas de Dios mantenían a los miembros de la familia en una paz extraordinaria, como la de David con la muerte de su hijito. Pido a Dios que yo y mi familia podamos ser igualmente guardados por la paz que sobrepasa todo entendimiento porque creemos que nos veremos otra vez…con Cristo.
Así espero que les ayuden estos pensamientos también, mis amigos queridos.
Abrazos,
Samuel