FUNDAMENTOS PARA LA FAMILIA CRISTIANA 48 – Samuel Clark
EL VERDADERO PROBLEMA
Queridos amigos:
Oí una frase cuando estaba en el Brasil y lo creo con todo mi corazón. Lo he comprobado tantas veces pero nunca sabía cómo comunicar una verdad tan sencilla y a la vez profunda. El conferencista y consejero cristiano Mike Wells estaba hablando de matrimonios problemáticos. Nos contó cómo le ayudó a una persona identificar su verdadera necesidad cuando le dijo, “Amigo, ‘el problema’ que te está volviendo loco no es el problema.”
Piensa un momento en tus problemas, y si quieres identificar “el mayor”, entonces examínalo. ¿Es algo que otro(s) está(n) haciendo? ¿Es algo que tú puedes controlar o solucionar por tus propias obras? ¿Es en realidad tu mayor problema?
Nuestro problema principal nunca es el cónyuge, un hijo (o todos), un vecino, un compañero, un patrón o empleado. Nuestro verdadero problema somos nosotros mismos, “el YO” y cómo está pensando y actuando frente a las cosas que no nos gustan, que no aguantamos en otros. Pocas personas creen esto. Culpamos a otros por todos nuestros malos actos. ¿No es cierto? “Si él/ella no hubiese dicho/hecho aquello, yo nunca habría dicho/hecho esto.” Esto es tan humano (o sea en términos bíblicos, carnal) que ni reconocemos la gran mentira detrás de toda autojustificación: Eva me dio a comer (Gén. 3.12). O decimos “el diablo me lo hizo hacer”. A menos que uno es un endemoniado nunca tiene el derecho de afirmar esto. Lo hacemos por una decisión, una elección nuestra – no bien pensado, a lo mejor, creyendo mentiras del mundo y Satanás, pero siempre es la culpa del “Sr. Ego”. ¡De nadie más!
¡Cuántos “problemas” matrimoniales serían resueltos si solamente pudiéramos empezar donde está el verdadero problema – en nosotros mismos – y encontrar la vieja y acertada solución de la Palabra de Dios! El Señor nunca dio ni dará otra solución aparte de Su misma Persona en nosotros, haciendo lo que no podemos hacer, produciendo fruto por Su vida y poder que El nos ofrece en Su Espíritu Santo.
La solución perfecta es: No ya yo, mas Cristo que vive en mí. Otra manera de decirlo es “Cristo en nosotros, la (única) esperanza de gloria”. Jesús lo dijo así: “… el que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque separados de mí nada podéis hacer.” Pablo descubrió que en sí mismo, en su carne, no moraba el bien y sólo en Cristo podía hacer todo lo que tenía que hacer.
Me parece que pocos de nosotros hemos descubierto esta gran verdad. Por esto siempre creemos que “el problema” es otro. Hasta que aceptemos que el verdadero problema lo soy YO siempre, no hay ninguna esperanza para que Cristo llene mi vida y produzca esa gloria de Dios que deseamos lograr con nuestros servicios inútiles. “… cuando hayáis hecho todo lo que se os ha ordenado, decid: ‘Siervos inútiles somos; hemos hecho sólo lo que debíamos haber hecho’.”
Pero cuando es CRISTO en nosotros el que hace la obra, ¡qué diferente es! ¿Has experimentado algo alguna vez cuando te diste cuenta de que todo era por el poder de Dios? Esto sucede sólo cuando el problema verdadero ha sido crucificado y la solución divina ha dado la respuesta.
Amigo, te invito a pensar en cómo sería tu matrimonio si no hubiera ninguna reacción carnal a ninguna acción, palabra, gesto o actitud de tu cónyuge (e hijos). Creo que muchos ni pueden imaginar esto porque están tan llenos de resentimientos e ira por lo que hacen los que están a su alrededor. Estamos atrapados en la cadena “acción — reacción — acción”. La lección más profunda de la vida espiritual es aprender a Cristo en Su humildad y mansedumbre (Mateo 11:28-30) para encontrar el descanso de las obras carnales y el deleite de las obras en el Espíritu. La humildad, como se demostró en Cristo (Fil. 2:9-11) es la característica clave de la unidad y el amor (Fil. 2:3,4; Efesios 4:24). Mansedumbre, como se demostró tantas veces en Cristo cuando sólo El tenía paz y dominio propio.
Si no arreglamos el problema del ego, el orgullo, la ira, la envidia, etc., siempre vamos a estar lleno de problemas, pues el YO no crucificado es un problema que reproduce problemas en otros. Y cómo nos gusta ver problemas en otros para justificar nuestras malas reacciones. En vez de usar nuestra lupa de aumento para ver los pecados de otros, debemos conseguir un espejo de aumento para ver nuestros propios pecados. La Biblia es un espejo, pero uno tiene que ser espiritual para verse a sí mismo. Los carnales no se ven. Nuestra oración sincera tiene que ser:
“ Escudríname, oh Dios, y conoce mi corazón, pruébame y conoce mis iniquidades.
Y ve si hay en mí camino malo, y guíame en el camino eterno.” (Salmos 139:23,24)
¿Dónde estás fallando tú? ¿Quieres la voluntad de Dios en tu vida o tu propia voluntad? ¿Estás dispuesto a morir en tu “yo” para que la vida de Cristo fluya por ti a otros? Aquí es donde tenemos que pensar en “el problema”, no en otros.
Nuestros matrimonios necesitan una fuerte dosis de esta verdad que nos cae como “aceite de recino” pero que nos lleva a una solución espiritual en vez de una carnal. Demos a Dios toda la libertad de tratar nuestro problema como El quiere en los días y años que tenemos para honrarle con nuestros matrimonios.
Abrazos,
Samuel