FUNDAMENTOS PARA LA FAMILIA CRISTIANA 53 – Samuel Clark
SUMISIÓN A DIOS
Queridos amigos:
Alguien dijo, “Que la mujer haga al marido feliz cuando él llega a su casa, y que él la entristezca cuando sale de ella.” Me parece que es totalmente opuesto a lo que muchas veces veo y siento en las casas de algunos amigos. Hace mucho escribí sobre la meta que pienso que cambiaría a muchos hogares, la de no buscar ser feliz yo sino hacer feliz a mi cónyuge. El Señor describió a su propio ministerio así: “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido sino para servir y dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45). Creo que esta es la receta para mejorar muchos matrimonios y hasta familias enteras.
Vivimos en un tiempo cuando todo el mundo cree que tiene el derecho de ser feliz. Desde niño aprendemos a llorar o hacer un escándalo hasta que nos den lo que queremos y luego “somos felices” … por un momentito. El niño no entiende fácilmente que hay otros en la familia y que a veces no se le puede dar lo que quiere, por un montón de razones que él no entiende. Tiene que crecer y madurar para entender muchas de estas razones.
Ahora, puede ser una tremenda sorpresota para ti, amigo, darte cuenta de que el propósito del matrimonio no es que tú seas feliz. Muchas veces tienes que madurar para entender que lo que crees que te hará feliz es dañino para otros o para ti mismo. El matrimonio tiene el propósito de ayudarte a madurar para que tengas una felicidad sana y buena para ambos cónyuges. La madurez sólo se logra por el crecimiento en el entendimiento de cosas básicas de los principios de Dios para el matrimonio cristiano. Las experiencias maduran, las buenas y las difíciles. Escucha otra vez lo que dijo Pablo a los romanos:
“Nos gloriamos en las tribulaiones porque las tribulaciones producen paciencia, y la paciencia carácter probado, y el carácter probado esperanza.” (Romanos 5:3,4)
Lo que pasa es que no nos gustan las tribulaciones. Sólo queremos armonía, paz, felicidad y abundancia. ¡Cuántos libros se escriben para decirnos cómo tener estas cosas! Cuando Dios, para producir mejores cosas nos manda las situaciones que van a ser pruebas de nuestra fe, creemos que no nos está ayudando.
Cuando un carpintero hace un mueble de madera tosca hay mucho trabajo fuerte que tiene que hacer: serruchar, aplanar, perforar, tallar y por último lijar la madera con varios grados de papel de lija. ¿Sabes que tu matrimonio es así? No llegamos al matrimonio maduros, ni física, ni emocional, ni mental, ni espiritualmente. La vida como hijo de familia (mimado de mamá) o de soltero(a) no nos prepara para la unión de dos en una sola carne, “un mueble”. Hay que cortar muchas cosas porque “sobran” y estorban. Hay que aplanar las asperezas. Hay que perforar para unir las piezas bien y finalmente cuando pensamos que ya estuvo bien, viene el trabajo fino con papel de lija. No hay mejor lija que el cónyuge. Pero el fin vale la pena, un mueble que glorifica al carpintero, un matrimonio que glorifica al Creador.
La mejor manera de madurar es someternos a Dios, aceptando todo lo que El permite o manda a mi vida como una ayuda, como dijo Pablo:
“Y sabemos que todas las cosas nos cooperan para bien para los que aman a Dios…nos predestinó a ser hechos conforme a la imagen de su Hijo…” (Rom. 8:28,29)
Hablando de la vida de Cristo, leemos en Hebreos 5:8:
“Aunque era hijo, aprendió obediencia por lo que padeció.”
Un niño ciertamente madura por lo que sufre y los que nunca fueron permitidos sufrir, sino que fueron mimados y protegidos, nunca maduraron.
¿Qué significa esto en el matrimonio? El lema de los que levantan pesas es “No hay ganancia si no duele”. Si estás padeciendo en tu matrimonio, ¿no crees que puedes y debes dar gracias a Dios quien te está madurando? Pero queremos que todos, hasta Dios mismo, digan: “Ay, pobrecito, qué cruel, feo, malo, etc., es tu cónyuge”. Lo que necesitamos oír es la pregunta: “¿Qué estás aprendiendo acerca de ti mismo y de Dios por estas cosas difíciles?” Por esto y por ninguna otra razón te está guiando Dios por esta senda difícil.
Todo lo que nos lleva a perder la esperanza en nosotros mismos (y aun en nuestro cónyuge) nos lleva a esperar solamente en Cristo, el Forjador del Carácter de El en nosotros.
No estoy diciendo que todo se resolverá con esa sumisión a Dios que acepta todo para nuestro bien. Pueden pasar años en resolverse algunas de las situaciones y hasta puede tronar todo si el otro no se somete también. Pero sí quiero decir que si te sometes al Señor y dejas que El viva en ti como El quiere, tu vida va a ser una gran bendición para otros y un éxito para Dios. ¿No es esto lo que pedimos? “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Vénganos tu reino. Sea hecha tu voluntad….” Esta es la verdadera felicidad que no depende de nadie más ni ninguna circunstancia especial.
Dios tiene un plan para tu vida y un plan para tu matrimonio. No lo lograremos nunca insistiendo en nuestra felicidad personal.
Abrazos,
Samuel