FUNDAMENTOS PARA LA FAMILIA CRISTIANA 56 – Samuel Clark
EL PERDÓN
Queridos amigos:
He notado que el lugar donde nos es más difícil practicar el perdón es en la familia. ¿Por qué es así? Creo que es por la “historia” que tenemos con sus “deudas no pagadas”, los conflictos nunca resueltos, y por nuestro orgullo de creernos mejores que los que nos hirieron.
He observado cuántas veces me cuentan cosas que han hecho los padres, los cónyuges, los hijos, primos, etc., tan vívidamente descritas que se ve la llaga abierta en el alma del ofendido. Luego platicando, encuentro que algunas, o muchas, de esas llagas son de hace años. Por la manera en que me lo cuentan, ¡es cómo si fuera ayer!
Esto demuestra que no hemos aprendido a perdonar y que nuestra recitación del Padre Nuestro es una mentira. Por eso no vemos mucho fruto en la vida. Perdónanos nuestras transgresiones (deudas), así como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido (los deudores). ¿De veras? ¿Quieres que Dios te perdone como tú perdonas? Creo que es un auto engaño muy común, basado en nuestra convicción de que no hemos pecado sino que el otro es el pecador.
Es tan importante esta verdad que después del Padre Nuestro Cristo dijo “porque si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre celestial os perdonará a vosotros” (Mateo 6:15). En otra ocasión Pedro le preguntó, “Señor, ¿cuántas veces pecará mi hermano contra mí que yo haya de perdonarlo? ¿Hasta siete veces?” (Mateo 18:21). La respuesta de Cristo fue “hasta 70 veces siete” (¡490 veces!). Luego les contó la parábola del rey que quiso arreglar cuentas con sus siervos. Aquí están los hechos:
Un siervo le debía 10 mil talentos (21.6 kg de plata x 10,000). ¡Un talento era lo que ganaría un empleado en 20 años! Es difícil imaginar cómo un siervo podría acumular una deuda tan enorme (20 años x 20 talentos).
Cristo usaba ejemplos así para enseñar una gran verdad. Esa deuda es como nuestra deuda con Dios en los años de pecados que tenemos – imposible de pagar.
El siervo pidió que el rey le tuviera paciencia y que él le pagaría. ¿Cómo? Así somos cuando tratamos de “pagar nuestra deuda con Dios” con obras buenas, muchísimas, según nosotros.
El rey tuvo compasión y le perdonó TODA LA DEUDA. Así es el perdón de Dios, todos nuestros pecados son perdonados, no una parte y la otra tiene que ser pagada.
Pero, aquel siervo que había sido perdonado tanto salió a la calle y encontró a un consiervo que le debía 100 denarios (4 gm de plata x 100) o cuatro meses de salario. En comparación, no era nada. Ese siervo también pidió paciencia pero el primero no quiso y le echó a la cárcel hasta que le pagara su deuda.
La historia podría terminar aquí pero Jesús quería enseñar la verdad del perdón y añadió estos detalles:
Algunos consiervos vieron esto y con tristeza fueron a contar al rey lo que había hecho. Moisés dijo a los israelitas que si desobedecieran a Dios, sus pecados se descubrirían de alguna manera. Así es, amigos.
El rey lo llamó a cuentas y le llamó “siervo malvado” porque debería haber perdonado como él le había perdonado.
Ahora, la enseñanza: “Así también mi Padre celestial hará con vosotros, si no perdonáis de corazón cada uno a su hermano” (Mateo 18:21-34).
Pareciera que no creemos las palabras de Cristo porque el perdón de corazón es muy raramente visto entre cristianos. Si hemos sido perdonado tanto, ¿por qué no perdonamos las pequeñas ofensas de otros? Algo falta en nuestro discipulado y aprendizaje de Cristo si no perdonamos como hemos sido perdonados (Efesios 4:20 y 32).
Lo que me ayuda en esta situación es pensar correctamente acerca de mí mismo, que yo no soy ningún ángel ni mucho menos perfecto. Por esto ¿quién soy yo para juzgar? Mateo 7:1-5 me dice que con la misma medida con que juzgo yo seré juzgado y que a veces mi pecado es grande y al que juzgo no tiene tanto como yo. Muchas veces algún pecado mío ha hecho a otro pecar contra mí, pero no veo mi pecado, sólo el ajeno y le juzgo. No veo bien por la viga en mi propio ojo.
Si yo comienzo pidiendo perdón al que me ofendió debido a mi pecado, estoy allanando el camino para que él me pida el mismo perdón. Debo empezar siempre conmigo mismo. ¿Qué dije? ¿Qué hice? ¿Por qué actuó así? Con estos hechos en mi mente puedo hablar a otro de sus faltas.
La segunda cosa que me ayuda es pensar misericordiosamente en la situación que está experimentando aquel que me ofendió. A veces podemos descubrir así por qué reaccionó mal. Aparte de algún pecado mío, el otro estaba bajo mucha presión y explotó. Cuando pensamos en el otro podemos entender mucho de sus problemas.
Invariablemente tengo que pensar en Cristo para saber qué debo hacer y cómo hacerlo. El es nuestro Modelo perfecto, nuestro Maestro paciente y nuestro Perdonador fiel. Si me hago la pregunta: ¿Qué haría Cristo? siempre encontraré el camino correcto. ¿Cómo sabemos qué haría El? Viendo lo que El vivía, cómo El arreglaba esas condiciones. No hay más grande ejemplo de esto que aquella palabra desde la cruz: “Padre, perdónalos, pues no saben lo que hacen.” Este ejemplo quedó como lección para Sus discípulos. Años más tarde, cuando unos judíos iracundos estaban apedreando a Esteban, él siguió el ejemplo: “Señor, no les tomes en cuenta este pecado.”
A la luz de estos ejemplos, ¿cómo podemos negar el perdón a un miembro de la familia que nos ofende mucho menos que esto? Y si dices “Pero no me pidió perdón?” ¿Cuándo pidieron los judíos y romanos perdón a Jesús? ¿Cuándo pidió perdón esos furibundos judíos a Esteban? Si no reconocen su falta ni piden perdón debemos hacerlo porque nosotros necesitamos ser libres de la carga del resentimiento, el rencor, la ira y el juicio. Debo recordarles de lo que enseña Santiago: “Hermanos, no os juzgues unos a otros para que no sean condenados.” Esta palabra de condenación no es la eterna perdición, es una sentencia que Dios, el Juez perfecto, pronunciará sobre los que no quieren perdonar.
Un amigo mío perdió a su hija y yerno en un accidente causado por un borracho. Su nieto quedó dañado en su cerebro. Nunca será normal. El conductor quedó paralítico y fue a a cárcel. Mi amigo lo visitó y lo ganó para Cristo, en parte por su perdón y también porque el otro estaba viendo el Evangelio vivido y practicado por un padre dolido pero misericordioso. Así pudo creer que Dios le perdonaría también.
En la familia raras veces tenemos que perdonar tanto. Pero a veces hay faltas muy dañinas que suceden en los matrimonios cristianos. Nosotros no podemos ser como el mundo y buscar venganza. Pero si no damos el perdón de corazón, es igualmente una ofensa muy seria que daña a la persona y hasta a nosotros mismos.
La familia debe ser un lugar donde uno perdona y es perdonado. Así podemos amarnos como Cristo nos ama.
Abrazos,
Samuel