FUNDAMENTOS PARA LA FAMILIA CRISTIANA 98 – Samuel Clark
LA IRA
Queridos amigos del Camino:
El Enemigo Número Uno de la armonía en el hogar es la ira, la que se estalla en violencia, abusos verbales y/o físicos, o la que se guarda y se hierve en el alma. El ser cristiano y aun ser discípulo de Jesucristo no es garantía de no caer en una de esas expresiones de la ira en la familia o en cualquier otra área de nuestra vida. Hasta en los líderes cristianos es un peligro, y uno de los requisitos para ser obispo o anciano en la iglesia es no ser iracundo, o pendenciero, no ser contencioso. Esto muestra que es una falta común y que debemos aprender a vencerla si queremos servir al Señor.
Mi gran amigo de 98 años, Jim Downing, nos enseñó que la causa más común de la ira es no recibir lo que uno quiere (o espera, o piensa que merece) cuando lo quiere. El se basa en Santiago 4:1,2:
“¿De dónde vienen las guerras y los conflictos entre vosotros (los cristianos)? ¿No vienen de vuestras pasiones que combaten en vuestros miembros? Codiciáis y no tenéis, por eso cometéis homicidio. Sois envidiosos y no podéis obtener, por esto combatís y hacéis guerra…”
Santiago no está hablando de guerras de ejércitos sino pleitos, argumentos y broncas entre amigos y hermanos. No es un homicidio físico sino uno al estilo de Mateo 5:22: “Pero Yo os digo, que todo aquel que está enojado con su hermano será culpado ante la corte, y cualquiera que diga ‘Raca’ (insensato, inútil, estúpido) a su hermano será culpable delante de la corte suprema…” Es cosa seria enojarse e injuriarse con insultos y faltas de respeto.
Ahora, alguno estará pensando: “Qué exagerado esta manera de interpretar ‘No matarás’ (v. 21). Pero piensa en la última vez que te enojaste mucho. ¿No fue porque no recibiste lo que querías y cuándo lo querías? Hasta con Dios nos enojamos a veces por la misma razón. Hasta con nosotros mismos nos enojamos por esta razón. Hasta con el cónyuge o un hijo nos enojamos por esta razón. Yo calculo que el 90% de mis enojos son por esta razón.
El mismo Apóstol Santiago dice en 1:19,20: “…que cada uno sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para la ira, pues la ira del hombre (o de la mujer) no obra la justicia de Dios.” ¡Nunca obra la justicia de Dios! Por esta razón los Proverbios hablan tanto de guardar la lengua y hablar con respuestas blandas, pues palabras irritantes aumentan la cólera de la otra persona y desencadena una serie de reacciones parecida a una bomba nuclear emocional. Es casi imposible pararla en medio de la reacción porque uno “pierde la cabeza” con la ira. Dice cosas que nunca diría en sus cabales (pero que sí ha pensado, porque están allí atesoradas para estas reacciones airadas).
Muchos me dicen: “Pero es natural enojarse cuando alguien te ofende.” ¿Natural? ¿De cuál naturaleza? ¿De la nueva naturaleza de 2 Corintios 5:17 donde todo es nuevo y las cosas viejas ya pasaron? ¿O de la naturaleza vieja, la naturaleza humana sin Cristo, lo que uno era antes de Cristo (y sigue siendo en la carne)? “Las obras de la carne son evidentes, inmoralidad, impureza, sensualidad, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, enojos, rivalidades, disensiones, sectarismos, envidias, borracheras, orgías, y cosas semejantes…”
Mira, amigo, justo en medio de los pecados más pesados están las reacciones carnales de la ira. El fruto del Espíritu es exactamente lo contrario: “Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio…” (vs. 22,23). Así que, el antídoto para el enojo, como para todas las demás cosas de la carne, es “Andad por el Espíritu y no cumplirás el deseo de la carne” (Gál. 5:16).
Otros me dicen: “Pero él/ella comenzó la bronca. Me dijo, me empujó, me gritó, etc.” Un pecado no justifica otro pecado. Todos quieren justificar sus enojos con el pecado del otro. La auto justificación impide el arreglo de las broncas. La humilde confesión con arrepentimiento permite la reconciliación. Nunca he visto el arreglo de problemas entre hermanos por las acusaciones auto justificadoras.
Confiesa tu pecado. No acuses al otro de su pecado. Las acusaciones son satánicas. El diablo está bailando de felicidad cuando los hermanos o cónyuges se están acusando. Cuando quieren confesar su pecado y perdonar al otro, el diablo está vencido.
Lo que tenemos que aprender urgentemente es cómo no enojarnos. Cómo andar por el Espíritu y no satisfacer el deseo carnal. Cómo dejar que el Espíritu Santo haga morir las obras de la carne (Rom. 8:13). Esta es nuestra gran necesidad como hijos del Dios de la Paz, no de las contiendas. Satanás es el padre de enojos como de mentiras y de toda obra carnal.
Mi amigo Jim Downing tiene una sugerencia bien práctica que me ayuda mucho. El dice: “Si nosotros cultivamos una pasión espiritual de obedecer a Dios y glorificarlo, esto es lo que primeramente vamos a querer hacer cuando hay una ofensa o una violación de nuestros deseos.” Yo lo veo así: si mi gozo más grande es estar en comunión con el Señor, no voy a permitir que nada ni nadie me quite ese gozo. Pero esto requiere que durante todo el día yo esté experimentando esa comunión, porque si ando en la carne y llega una ofensa, lo primero que va a salir es otra ofensa. David, el dulce salmista de Israel, lo dijo así: “Me deleito en hacer tu voluntad, Dios mío; tu ley está dentro de mi corazón” (Salmos 40:8). No hay mejor método de andar por el Espíritu que el estar meditando en Su Palabra y orando con alabanzas y acciones de gracias al Señor. Pruébalo. Es imposible enojarte o hacer otra obra carnal mientras estás en esta comunión directa con Cristo (1 Juan 3:6).
¡Qué Dios nos ayude a evitar lo malo haciendo el bien! Es mucho más efectivo practicar el bien que luchar contra el mal.
Abrazos, Samuel